domingo, 11 de octubre de 2015

«La esperanza cristiana es combativa»




Llevamos meses contemplando estupefactos —cuando no apartando la mirada—, el drama que miles de personas viven por motivos bélicos, económicos o sociales. Drama que, en demasiados casos, se ha tornado en tragedia: la tragedia del fenómeno migratorio.
Cifrado en categorías como «refugiados», «desplazados», «inmigrantes irregulares», o sencillamente, «ahogados», dicho fenómeno solo ha sacudido la conciencia y ha movido la voluntad cuando se nos clavó la retina en Ailan Kurdi, el niño sirio fallecido en las costas turcas.

Lo triste no es esa muerte. Sino nuestra ignorancia. Esa misma no che, al margen de los objetivos fotográficos, ocho personas murieron en otra embarcación preparada para
diez personas, pero ocupada por diecisiete. Entre ellas había un bebé de nueve meses, dos gemelos de año y medio, y dos hermanos de nueve y once años.


Lo triste no son esas muertes. Sino nuestra indolencia. Estas mismas situaciones y similares se habían vivido ya en el Estrecho, en Lampedusa (Italia) o en Kos (Grecia), y las deliberaciones de Europa tan solo llegaron, hace meses, a «faltas de acuerdo», tanto en las soluciones, como en mitigar las consecuencias —hablamos de la cuota de reparto de in
migrantes por países.

Ahora, después del revuelo mediático por Ailan, parece que algo se va
haciendo. No me atrevo a hablar de luz en la oscuridad, porque quién sabe si detrás de todo esto no está el egoísta motivo de apaciguar la conciencia y no la verdadera misericordia
ante el sufrimiento del otro. Aquella misericordia capaz de superar ideologías, de atravesar emotivismos y llegar a tocar el corazón, de encauzar la rabia y el dolor en respuestas
concretas, aunque nos saquen de nuestras comodidades.


A esa misericordia apeló el Papa Francisco en el Ángelus del domingo 6 de septiembre de 2015. En él, después de comentar la Palabra, hizo un llamamiento —que habrá que ver
la resonancia que tiene superada la sorpresa inicial: «a las parroquias, comunidades religiosas, los monasterios y santuarios en toda Europa para concretar la realidad del Evangelio y dar cabida a una familia de refugiados».

Por todos es sabida la especial sensibilidad del S. S. Francisco por estas cuestiones que, como Pastor de la Iglesia Universal, trata de transmitir a todos sus fieles en el mejor
ejercicio de continuidad con la Tradición de la Iglesia y de credibilidad
de la fe con la sociedad actual: la concreción del amor. Como él mismo dijo en dicho Ángelus, «misericordia es el segundo nombre del amor».

Ante el sufrimiento humano solo cabe la implicación y la solución, reflejo del mismo modo de hacer de Dios entre nosotros: encarnación —implicación— y salvación —solución. Por eso pudo afirmar que «la Misericordia de Dios se reconoce a través de nuestras obras».
Estamos ante una cuestión que supera el oportunismo y la temporalidad, y toca el núcleo esencial de la vida de todo cristiano: su carácter sacramental. Esto nos habla de la
presencia eficaz —en cuanto bautizados— de Dios en nosotros, del testimonio de nuestro hacer, de la mirada esperanzada que es capaz de asumir el mal y de combatir
lo, porque sabe con certeza que el triunfo del bien, del amor, de Dios, está asegurado.


Como Familia Salesiana deberemos considerar, en los diversos grupos y en los convenientes espacios, cómo en cauzar este llamamiento de Francisco. La marcada «fidelidad al Papa y a los pastores de la Iglesia», que profesamos como Familia de
Don Bosco deberá tener su concreción. Diócesis y otras familias religiosas ya han
empezado a movilizar recursos e iniciativas, como la Compañía de Jesús, los Mercedarios, los Escolapios, etc.
¿Qué haremos los diferentes grupos de la Familia Salesiana? ¿Seremos capaces en nuestras comunidades religiosas y hogares familiares de acoger a algún refugiado? ¿Nos podrán contar entre «los justos» del Evangelio de Mateo(25, 35-40)?: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En ver dad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Santiago García Mourelo.
Fuente: www.donbosco.es

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